El final de verano y el incipiente otoño son momentos en los que se puede disfrutar de largos y placenteros paisajes en los que la Ribera del Duero ilumina nuestros pasos, nos deslumbra con imágenes que salen a cada paso que damos.
No importa el momento, en cada vuelta y revuelta del camino nos aguarda una grata sorpresa, guiados por un faro único como es el castillo de Peñafiel, el cual podemos contemplar en esta imagen desde la pedanía de Mélida, situada a cuatro kilómetros.
Hasta esta pequeña y recoleta localidad nos podemos acercar dando un agradable paseo, andando o en bicicleta, a través de un camino bien acondicionado y cómodo, entre viñas, girasoles y, ahora, junto a tierras de rastrojos.
Una senda que discurre paralela al arroyo Botijas, cuyo humilde cauce ha esculpido durante miles de años del valle que le da nombre. Un valle en el que podemos hacer una incursión por una buena carretera hasta llegar a Mélida y después Olmos de Peñafiel, donde ver un fantástico museo de la harina y la miel ubicado en un antiguo molino que conserva todo su encanto. Encanto y, movido por la corriente del Botijas, todavía podemos verlo funcionar como hace décadas. En él también se nos muestra la hacendosa vida de una colmena.
Aguas arriba Castrillo de Duero respira heroicidad por todos sus rincones, actos heroicos de su hijo más ilustre: Juan Martín Díez el `Empecinado´, héroe de la Guerra de la Independencia. Su estatua, su espíritu empecinado, nos espera en la localidad, en la cual se conserva una bella iglesia que conserva una magnífica cabecera románica.
¡Ah!, y bodegas, también nos esperan las bodegas que ahora entran en frenética actividad con la llegada de la vendimia.
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